Un recuerdo de Gonzalo Martré, en su cumpleaños

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José Antonio Aspiros Villagómez
Me compartieron unas fotos y videos de la fiesta con que, su familia y sus amigos, festejaron al escritor aún muy productivo Gonzalo Martré en su cumpleaños noventa y tantos. El convite tuvo lugar en un restaurante-bar de la Ciudad de México y las imágenes se limitan a mostrarlo bailando música tropical con quien debe ser su esposa, y con una bailarina vestida de rumbera.
Me quedé admirado por la envidiable agilidad de ese hombre ya nonagenario, pero muy alegre y fuerte como lo fue mi progenitor, Don F, a sus cien años; sólo aprecié en un video, un momento en que parece tomarse un respiro. Y me acordé de un texto que escribí hace casi 23 años acerca de su fallido intento para que el Fondo de Cultura Económica le publicara una trilogía de novelas.
Y como estoy en la etapa de recopilar mi trabajo de muchas décadas, rescaté ese artículo y lo comparto ahora con leves ajustes. Tomen en cuenta que fue escrito en 2003. Como Martré es ingeniero químico además de escritor y periodista, por las razones que cito lo titulé Alquimia para un novelista. Helo aquí:
El mundialmente famoso periodista polaco Ryszard Kapucinski declaró a la revista española El País Semanal que, «desgraciadamente, al aumentar la población no aumenta el talento». Y puso como ejemplo desafortunado el caso de México, donde en 1967 le dijeron que había sólo tres buenos escritores: Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Octavio Paz, y que 20 años después volvió a hacer la pregunta y le repitieron los mismos nombres, siendo que ya era mayor el número de habitantes.
El caso me recuerda aquella vez en que, durante una comida de trabajo con invitados extranjeros, uno de ellos preguntó quién era el mexicano vivo, de cualquier actividad, que más admirábamos, y muchos se quedaron turbados. Por allí se oyó, como excusa de su falta de respuesta, que Octavio Paz ya había muerto; yo dije que admiraba a Adrián Fernández, quien entonces andaba fuerte en el campeonato de la serie CART de automovilismo.
En ambas ocasiones fallaron los interlocutores. Ni hay sólo tres buenos escritores mexicanos, ni México se acabó con Octavio Paz. Cometería injustas omisiones si citara aquí algunos ejemplos de tantos grandes literatos del siglo XX, compatriotas nuestros. Pero allí están las antologías, los registros de la industria editorial, los diccionarios y la crítica especializada, la opinión de tantos lectores, los premios dentro y fuera del país. No son sólo tres, por mucho que los nombres que le dieron al ilustre colega polaco pudieran eclipsar a los demás. Asómese usted, por ejemplo, a la obra extranjera 2000 años de literatura universal (Programa Educativo Visual) y se sorprenderá de encontrar a tantos mexicanos, contemporáneos nuestros muchos de ellos, presentados junto con los demás grandes de la narrativa mundial.
De entre los tantos escritores sólidos que tenemos en México, en estos días (2003, insisto) anda uno muy inquieto porque está empeñado en que el Fondo de Cultura Económica (FCE) le publique su trilogía picaresca, una de las dos únicas del género que fueron escritas en nuestro país durante el siglo XX. Él es el ingeniero químico Mario Trejo Hernández, cuyo nombre profesional es Gonzalo Martré. Lo conocí allá por los años 70, cuando presentó y me autografió en la desaparecida librería El Ágora su novela del 68 Los símbolos transparentes, y lo he reencontrado ahora que busca un lugar en la acreditada colección Letras Mexicanas, del Fondo.
Conviene recordar que el género picaresco es de origen español y prácticamente pertenece al pasado. Eso le da mérito a cualquier autor que, con éxito, lo resucite. Sus antecedentes se remontan a obras del siglo XVI que usted conoce cuando menos por la escuela secundaria: el Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita; La Celestina, de Fernando de Rojas; el anónimo Lazarillo de Tormes; Rinconete y Cortadillo, de Cervantes; El diablo cojuelo, de Vélez de Guevara, y tantas otras, posteriores, de grandes autores como Galdós, Baroja o Valle-Inclán, que no desmerecen de aquellas.
De autores mexicanos baste con citar al Periquillo sarniento (1816), de Fernández de Lizardi, y, en el siglo XX, a El Canillitas (1941), del académico y cronista de la época colonial Artemio de Valle-Arizpe, reeditado en nuestros días por el sello Alpe. A ellas hay que sumar El Chanfalla, como se titula la obra picaresca de Martré, y que forma parte de la producción literaria de este escritor que también fue director de preparatoria, militante de izquierda y colaborador de numerosos diarios y revistas. Desde 1967 ha escrito cuentos, novelas y ensayos, así como libros de texto sobre química. Tal vez sus trabajos más conocidos, aparte de los mencionados, sean El pornócrata, Entre tiras, porros y caifanes y El movimiento popular estudiantil de 1968 en la novela mexicana.
Cuatro lustros después de la publicación de El Chanfalla en otra editorial, Martré inició gestiones para que el FCE la reeditara. Sin agente literario, sólo con su empeño y el apoyo moral mediante firmas de colegas escritores y periodistas, Gonzalo se ha investido Quijote y su causa es ver a El Chanfalla con el logotipo de la empresa del Ajusco. Muy prudente, narra que no hizo ese trámite cuando Miguel de la Madrid fue director de dicha editorial, porque lo criticó mucho durante su presidencia a través de artículos periodísticos, y no consideró ético buscarlo, además de que, a su parecer, quien realmente dirigía el Fondo era Octavio Paz a través del gerente editorial Adolfo Castañón.
Gonzalo Celorio, quien reemplazó a De la Madrid, tras de muchos intentos le dio una cita a Martré que nunca tuvo lugar porque pronto lo relevaron del cargo. Con la siguiente directora, Consuelo Záizar, sí pudo entrevistarse; ella -asegura el escritor y periodista- le ofreció un dictamen imparcial del Comité de Lectura, que finalmente le resultó adverso porque semejante obra -le dijeron- no era publicable por esa editorial. Como la respuesta se la mandó Castañón, Martré creyó que se trataba de alguna forma de represalia por sus críticas a Octavio Paz en sus artículos en El Universal, donde por cierto también escribió Valle Arizpe. Por ello solicitó el texto del dictamen, nombres de los dictaminadores y otros materiales para impugnar el rechazo, y entonces le explicaron que la razón era que no publicaban libros de otras editoriales.
Gonzalo Martré tiene no sólo la esperanza de verse en el Fondo, sino la energía para seguirlo intentando. Por lo pronto ha mandado a esa editorial nuevas solicitudes con numerosas firmas de solidaridad, y sigue buscando más apoyos. Más que de la química que es lo suyo, necesitará de la alquimia para que le digan que sí. Si ven por allí a Ryszard Kapucinski, platíquenle del hidalguense Gonzalo Martré y pídanle unas palabras de simpatía hacia su quijotesca campaña. Y si me vuelven a preguntar por un mexicano admirable, tal vez hable de este escritor y su terca lucha con la lanza en ristre y bien plantada la jofaina (que en realidad es un panamá).
Post Scriptum: Por si usted estaba inquieto al respecto, ya puede dormir tranquilo: la Real Academia Española acaba de recomendar que México se escriba con equis y no con jota, aunque sea «un arcaísmo ortográfico». México-Tenochtitlan se fundó en 1325; la RAE tácitamente lo reconoce 678 años después. Y otra barbaridad: ya podrá usted escribir «yin» y «bluyín» en lugar de pantalón vaquero o de mezclilla. (Artículo difundido por la agencia Notimex el 15 de enero de 2003).
José Antonio Aspiros Villagómez
Licenciado en Periodismo
Cédula profesional 8116108 SEP
antonio.aspiros@gmail.com