Remembranzas radiofónicas; un ‘adiós’ forzado

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José Antonio Aspiros Villagómez
Hace varios años que no escucho la radio. Las últimas veces que oí algo, fue a bordo de taxis en la Ciudad de México con el aparato sintonizado en estaciones cuyos locutores hacían gala de un lenguaje vulgar, y abundaban los anuncios comerciales. Nada que ver con los cultos y refinados hombres del micrófono de épocas anteriores.
Pero no siempre fue así, y tal vez no todo el cuadrante sea igual. Antes de narrar algo más, debo decir que me alejé de radio, televisión, cine y aparatos de sonido en el transcurso de la segunda década de este siglo, debido a una hipoacusia -un principio de sordera- que me impide oír con claridad, y sobre todo entender lo que oigo, a pesar de los auxiliares auditivos. La música se volvió, así, un ruido muy molesto igual que las demasiadas voces en lugares concurridos.
Pasé la infancia y la juventud en casa de mis abuelos en el barrio de Tacubaya, donde nacimos mi madre y yo. Había dos receptores de radio: uno de mesa que nunca usaban, y otro -un RCA Víctor- en un gabinete de madera con patas para tenerlo en el piso. Ahí oí y me aprendí las canciones populares que desde finales de los años 40 tocaban en la XEW (muy poco la XEQ y la XEX), y escuché programas como la Legión de los Madrugadores, los Niños Catedráticos, Carlos Lacroix y otros. Sólo se apagaba el aparato momentáneamente cuando Pedro Infante cantaba ‘Pénjamo’, porque no le gustaba a mi abuelo y tutor.
Una vez -ya de más edad- los encuestadores de las estaciones me dieron un regalo porque estaba escuchando Radio Centro, y otras, una piñata y luego un arcón que fui a recoger a las emisoras en la calle Artículo 123.
Como me interesaban los receptores por enfrente y por detrás, quise ser radiotécnico (llegué a trabajar en un taller de reparaciones) y mi abuela -quien era entonces mi sostén- me pagó parte de un curso por correspondencia en la escuela Hemphill Schools, que abandoné para estudiar periodismo, donde la maestra que nos daba la materia de radio era a mi parecer tan pesada, que no entraba a sus clases; no recuerdo su nombre, ni cómo pasé la materia.
Pero mi experiencia profesional comenzó cuando trabajé en AMSI, Agencia Mexicana de Servicios Informativos (1964-1965), ya que dábamos servicio de texto y audio a la radio y muchas veces llevé los noticiarios a las emisoras XEDA y XELA, de música clásica, que eran parte de nuestros suscriptores.
Debutante yo en la profesión, en ese trabajo hice mi primera entrevista grabada; fue con el director del Organismo de Promoción Internacional de la Cultura de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Miguel Álvarez Acosta. Usé una grabadora inmensa y pesada que debí cargar colgada de un hombro algunas cuadras por las avenidas Reforma y Juárez, porque aún no existían las pequeñas para reporteros.
Y un paréntesis a propósito de entrevistas: creo que solamente cuatro veces fui entrevistado para radio (otras fueron directas, telefónicas o para televisión): por Janet Arceo en XEW cuando se publicó en 1987 mi libro El gran reportaje de los mayas; en 2008 por dos conductores de la XEWE de Irapuato; por Teodoro Rentería en 2009 sobre mi participación en la nueva etapa de la agencia de noticias Amex, y en 2011 en Radio Educación para hablar sobre el Congreso internacional de correctores de estilo en idioma español, al que asistí en Buenos Aires. De Radio UNAM sólo conocí su auditorio, y por fuera su librería porque siempre estaba cerrada.
La agencia AMSI era propiedad de Guillermo Salas, concesionario de Radio Mil. Su representante ahí era Germán Carvajal Urrutia, quien después me invitó a otra agencia informativa: Radionoticias El Heraldo, donde estuve entre 1966 y 1974. Los suscriptores eran las radiodifusoras de la capital del país, a las que ofrecíamos un servicio constante de noticias durante el día y cada hora noticiarios breves ya redactados, enviados en ambos casos por teletipo, que fue la tecnología de comunicaciones -por vía telefónica primero- durante décadas.
Existía entonces el Grupo ORO, donde todas las noches se difundía en cadena el Noticiero Estelar de El Heraldo de México, que redactábamos en la agencia y llevábamos personalmente Carvajal y yo para que lo transmitieran las estaciones que luego pasaron a poder del Instituto Mexicano de la Radio: XEB, XEDF, Radio 590 y no recuerdo cuáles otras.
En ese noticiario participaban, con su voz grabada previamente, figuras del periódico como el jefe de espectáculos Raúl Velasco, el de deportes Raúl Sánchez Hidalgo, el cronista taurino Pepe Alameda, y diversos reporteros de información general, entre ellos Joaquín López Dóriga. Cuando artistas o deportistas visitaban las áreas respectivas, aprovechábamos para entrevistarlos: Olga Breeskin, Silvia Pinal, Enrique Guzmán, Ana Bertha Lepe, Maricarmen ‘Popis’ Muñiz, ‘Pulgarcito’ Ramos y muchos más.
A media tarde había diariamente otro enlace de emisoras, para que uno de los locutores y yo leyéramos un corte noticioso de regular duración, que me tocaba redactar. Recuerdo que dentro de cada cabina estaban el locutor y un operador o ingeniero de sonido, separados por una mesa donde de un lado estaban los micrófonos que se activaban con un interruptor manual, y del otro los tornamesas y cartucheras para todos los efectos de sonido tales como anuncios comerciales, cortes de estación y ajustes de tiempo.
El Grupo ORO estaba en la calle Río de la Loza y el edificio colapsó durante el sismo del 19 de septiembre de 1985. Ahí perdió la vida, entre otros, el locutor Gustavo “El Conde” Calderón, también cronista de futbol y una de las voces que años atrás habían participado en el Noticiero Estelar de El Heraldo.
Ya he comentado en artículos de años anteriores, que el primer director de Radionoticias (yo fui el tercero después de Meche Aguilar), fue Germán Carvajal, quien por las mañanas leía en su emisora las primeras planas de los periódicos. Y que se había llevado a la agencia (donde duraron poco) a dos colegas suyos del micrófono: Mario Iván Martínez y José Arturo Delgado.
Un día, en Radionoticias, me mandaron a un joven para que lo entrenara. Era nada menos que Guillermo Salas Jr., hijo del concesionario de Radio Mil, quien muchos años después me buscó con la intención de contratarme para los servicios informativos que ya existían en ese Grupo, lo que no ocurrió porque mis ingresos en Notimex eran superiores a lo que él pretendía ofrecerme. Volví a verlo cuando coincidimos en la Scudería Hermanos Rodríguez, formada por quienes, de una manera u otra, hemos aportado algo al automovilismo deportivo y nos sigue gustando.
En mi caso, porque tras dejar El Heraldo estuve en la revista Automundo, donde mi contacto con las ondas hertzianas fue a través de un compañero de redacción, Luis Villanueva Uriarte, quien era radioaficionado y me platicaba mucho de su pasión. Había iniciado esa afición en la Cruz Roja Mexicana y al separarse se quedó con la clave CRM-1 de esa institución, para seguir operando desde su domicilio.
De la Editorial Mex-Abril, que editaba esa y otras revistas, me fui en 1976 a la agencia informativa Notimex, donde el redactor Jacobo Wiebe tenía una ocupación adicional como jefe de información en Radio Triunfadora, trabajo que al año siguiente me endosó por razones que no recuerdo. Creo que fue cuando recibió una herencia respetable y dejó de trabajar para dedicarse a dilapidarla.
La emisora estaba en un edificio viejo y semiabandonado de la calle José María Marroqui, a cuadra y media de la avenida Juárez. Llegaba yo por las mañanas a elaborar las órdenes de información para reporteros que creo que nunca conocí, un caso ciertamente absurdo, derivado de que debía terminar pronto esa labor, hacer una escala rápida para desayunar en la esquina y llegar a mis ocupaciones en Notimex, en el sur de la ciudad. Además, no pagaban.
Pero no se me olvida que, mientras el Grupo ORO estaba en un edificio pequeño pero decoroso junto a la Procuraduría Federal del Consumidor, el de Radio Triunfadora era una ruina. No había elevador, o no servía; las duelas llenas de agujeros crujían al pisarlas, y se llegaba a la emisora guiados por su música, luego de pasar por un laberinto de habitaciones vacías.
Entre 2006 y 2007 fui comentarista en el programa semanal de Héctor González Berlanga en Radio Universidad Anáhuac. Y al final de todo esto, hace dos o tres lustros conocí a Joaquín Gutiérrez Niño, un periodista radiofónico egresado como yo de la Escuela de Periodismo ‘Carlos Septién García’, con quien tuve largas y gratas pláticas sobre su pasión, la radio, y cuyo libro Asomos al cuadrante -que tengo autografiado- fue el primero de un proyecto para escribir toda la historia de la radio que no sé si ya la concluyó, porque no hemos vuelto a comunicarnos.
Quienes también hicieron una historia que nunca será completa porque la radiodifusión continúa, ahora con nueva tecnología y normativas, son mi ya finado amigo Jorge Mejía Prieto (Historia de la radio y la tv en México), mi compañera en un curso de periodismo científico en el Conacyt, Alma Rosa Alba de la Selva (La radio de la capital y sus aspectos ideológicos) y los autores Pierre Albert y André-Jean Tudesq (Historia de la radio y la televisión).
Conservo esas obras, y me llegó a servir también la Memoria 1970-1976 de la Subsecretaría de Radiodifusión, dependiente entonces de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, cuyo primer titular, Enrique Herrera Bruquetas (dirigía simultáneamente la agencia Notimex), renunció a sus cargos tras haber discutido con el presidente Luis Echeverría -versión suya- porque le pidió difundir en cadena nacional que el caso de los “halcones” que mataron estudiantes aquel Jueves de Corpus de 1971 (10 de junio), había sido provocado por “emisarios del pasado”.
Cercano en estos días el inicio de 2026, la radio sigue, pero ya es historia para mí. El último y costoso reproductor que compré, ya iniciada la hipoacusia, aquí sigue, sin estrenar.
José Antonio Aspiros Villagómez
Licenciado en Periodismo
Cédula profesional 8116108 SEP
antonio.aspiros@gmail.com