Jorge Castro-Valle Kuehne*
La Academia Internacional de Ceremonial y Protocolo, a la que ingresé en 2024, cuenta con diversos comités de investigación sobre una variedad de temas de interés para la AICP.
Entre ellos, está el comité de investigación sobre Fiestas y Tradiciones del Mundo, para el cual se me solicitó escribir el artículo que se reproduce a continuación:
EL DÍA DE MUERTOS Y EL PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD DE MÉXICO
Una de las principales manifestaciones de la riqueza y diversidad cultural -el “poder suave”- de México es el hecho que es una de las naciones del mundo con el mayor número de inscripciones en el Patrimonio de la Humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
El Patrimonio de la Humanidad se define como el título conferido por la UNESCO a sitios específicos propuestos y confirmados para su inclusión en la lista elaborada por dicha organización internacional. Puede tratarse de un bosque, montaña, lago, cueva, desierto, edificación, complejo arquitectónico, paisaje o ruta cultural, o de una ciudad entera. Su objetivo es catalogar, preservar y dar a conocer sitios de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad.
Con base en la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural adoptada en 1972, se estableció el catálogo del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO que, actualmente, consta de 1223 inscripciones, distribuidas en 168 países y divididas en 952 culturales, 231 naturales y 40 mixtas.
Una condición indispensable para que un sitio sea incorporado en dicha lista es que tenga un “valor universal excepcional” y satisfaga al menos uno de diez criterios de selección que fueron establecidos en 2015, de los cuales seis son para sitios culturales y cuatro para sitios naturales.
Hoy en día, los diez primeros países con el mayor número de sitios inscritos en el catálogo son: Italia (61); China (60); Alemania (55); Francia (54); España (50); India (44); México (36); Reino Unido (35); Rusia (33); e Irán (29).
Por otra parte, la UNESCO también reconoce el llamado Patrimonio Cultural Inmaterial consistente en prácticas, expresiones, conocimientos y técnicas que han sido transmitidos de generación en generación y que forman parte de la identidad de las comunidades.
Incluye tradiciones orales y lenguas, artes escénicas, usos sociales, rituales y festividades, conocimientos y prácticas sobre la naturaleza y el universo, así como técnicas artesanales tradicionales.
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A nivel mundial, la UNESCO reconoce cerca de 900 elementos de patrimonio cultural inmaterial, tanto los ya incorporados a la Lista Representativa como aquellos que requieren Medidas Urgentes de Salvaguarda.
El Patrimonio de la Humanidad de México
La riqueza y diversidad cultural de México se refleja en su llamado Patrimonio Mundial, es decir los sitios que se ha logrado inscribir en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Con 36 inscripciones, México ocupa el 7º lugar a nivel mundial y el 1º no sólo en América Latina sino en todo el continente americano. De ellas, 27 corresponden a sitios culturales, 6 a sitios naturales y 3 tienen carácter mixto (cultural y natural). Adicionalmente, México cuenta con 12 patrimonios culturales inmateriales.
El patrimonio cultural
De los 27 patrimonios culturales inscritos, la mayor parte son vestigios de las épocas precolombina y colonial y, en menor cuantía, también de la era moderna y hasta de la prehistórica.
Los primeros sitios inscritos en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO datan de finales de los años ochenta. Entre ellos figuran: los centros históricos de la Ciudad de México, Oaxaca y Puebla; y las zonas arqueológicas de Monte Albán, Teotihuacán y Palenque, todos ellos inscritos en 1987.
Otros ejemplos representativos del patrimonio cultural de México de la época prehispánica son: Chichen Itzá, inscrita en 1988; el Tajín (1992); Uxmal (1996); y Xochicalco (1999).
Entre los sitios culturales de la época colonial figuran, además de los ya mencionados, los centros históricos de Guanajuato, inscrito en 1988, Morelia (1991) y Zacatecas (1993); la ciudad fortificada de Campeche (1999); los primeros monasterios del siglo XVI en las laderas del volcán Popocatépetl (1994); y las misiones franciscanas de la Sierra Gorda de Querétaro (2003).
De la era moderna, destacan la casa-taller del arquitecto Luis Barragán, inscrita en 2004; y el campus de la Ciudad Universitaria de la UNAM, en 2007.
Sin olvidar otros sitios culturales como las pinturas rupestres de la Sierra de San Francisco en Baja California Sur (1993); el Hospicio Cabañas de Guadalajara (1997); el paisaje de agaves y antiguas instalaciones industriales de Tequila (2006); el Camino Real de Tierra Adentro, así como las cuevas prehistóricas de Yagul y Mitla en Oaxaca, inscritos en 2010.
El patrimonio natural
México se distingue no únicamente por su diversidad cultural sino también por su mega diversidad natural: como el segundo país con mayor número de ecosistemas en el mundo; con el 2% de la superficie de la tierra pero el 10% de
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las especies existentes en el planeta; con más de 11,000 kilómetros de costas en los océanos Pacífico y Atlántico/Golfo de México, en el Caribe y el Mar de Cortés; ríos y lagos; desiertos y selvas tropicales; además de cordilleras y volcanes de más de 5,000 metros de altura.
El Patrimonio Natural de México consta de 6 escenarios naturales:
– La reserva de la biósfera de Sian ka´an, en Quintana Roo (1987).
– El santuario de ballenas de El Vizcaíno (1993).
– Las islas y áreas protegidas del Golfo de California (2005).
– La reserva de la biósfera de la Mariposa Monarca (2008).
– La reserva de la biosfera del Pinacate y el gran desierto de Altar (2013).
– El archipiélago de Revillagigedo (2016).
El patrimonio mixto
Los 3 patrimonios mixtos de México, parte cultural y parte natural, son:
– La antigua ciudad maya y los bosques tropicales protegidos de Calakmul (2014).
– La reserva de la biósfera Tehuacán-Cuicatlán, hábitat originario de Mesoamérica, en los estados de Oaxaca y Puebla (2019).
– El paisaje cultural de la Ruta Wixárika por los Sitios Sagrados, que conecta más de 20 sitios sagrados a lo largo de 500 km en cinco estados de la República, la más reciente incorporación en el catálogo de la UNESCO (2025).
El patrimonio cultural inmaterial
Las manifestaciones culturales inmateriales reflejan otro de los signos más distintivos de México, apreciados en el mundo entero, como son sus tradiciones ancestrales indígenas, sus fiestas y folklor popular, y su gastronomía.
Forman parte del Patrimonio Inmaterial reconocido por la UNESCO:
– Las fiestas indígenas dedicadas a los muertos (2008).
– La ceremonia ritual de los Voladores (2009).
– Los lugares de memoria y las tradiciones vivas de los otomí-chichimecas de la Peña de Bernal (2009).
– La pirekua, el canto tradicional de los purépechas (2010).
– La cocina tradicional mexicana (2010).
– La danza de los parachicos en la fiesta tradicional de enero de Chiapa de Corzo, Chiapas (2010).
– El mariachi, música de cuerdas, canto y trompeta (2011).
– El Centro de las Artes Indígenas y su contribución a la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial del pueblo totonaca de Veracruz (2012).
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– La charrería, tradición ecuestre en México (2016).
– La romería de Zapopan: ciclo ritual de La Llevada de la Virgen (2018).
– Los procesos artesanales para la elaboración de la Talavera de Puebla y Tlaxcala (2019).
– El bolero: identidad, emoción y poesía hechos canción (2023).
La Tradición del Día de Muertos
Dentro del Patrimonio Cultural Inmaterial de México, una de las tradiciones mexicanas más conocidas y apreciadas en el mundo es la del Día de Muertos.
En 2008, al formalizarse su inscripción como obra maestra en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, la UNESCO describió a las celebraciones del Día de Muertos como una tradición “profundamente arraigada en la vida cultural de los pueblos indígenas de México; una fusión entre ritos religiosos prehispánicos y fiestas católicas que permite el acercamiento de dos universos, el de las creencias indígenas y el de una visión del mundo introducida por los europeos en el siglo XVI.”
En efecto, esta festividad representa, como ninguna otra, el sincretismo entre nuestras ancestrales raíces indígenas y nuestro legado colonial español, reforzando nuestra identidad como nación, orgullosa de su historia y de su diversidad étnica y cultural.
Origen
El Día de Muertos tiene un origen dual, resultado de la mezcla entre tradiciones prehispánicas y la influencia católica española. Los pueblos indígenas de Mesoamérica honraban a los muertos mucho antes de la llegada de los españoles. Creían que la muerte no era el fin, sino una etapa más de la vida. Los muertos iban al Mictlán, el inframundo, dependiendo de cómo morían. Se les hacían ofrendas con comida, objetos y flores para acompañarlos en su viaje.
Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, se introdujeron el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre). Las fechas y elementos indígenas se fusionaron con el calendario litúrgico cristiano. Así nació una tradición mestiza, que mezcla lo indígena y lo europeo/español.
Evolución histórica
En la época precolombina, se celebraban rituales a los muertos en diferentes momentos del año, dependiendo de la cultura. El uso de la flor de cempasúchil, las calaveras y las ofrendas ya existía.
En la etapa colonial, las festividades indígenas fueron reinterpretadas por los misioneros católicos. Se permitió que las comunidades indígenas siguieran honrando a sus muertos, pero dentro del marco cristiano.
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En el México independiente, se volvió parte de la identidad nacional y se consolidó como una celebración cultural y patrimonial.
En el siglo XXI, adquirió mayor reconocimiento y proyección internacional con su declaratoria por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Esencia
La esencia del Día de Muertos es recordar, honrar y convivir simbólicamente con los seres queridos fallecidos.
Es una festividad que celebra la vida de los muertos, no con tristeza, sino con alegría, colores, comida y flores.
Altares y Ofrendas
Una de las características fundamentales de esta tradición son los altares y las ofrendas, que son instalados en cementerios, lugares públicos, museos, escuelas y hogares, y en los que se mezclan elementos prehispánicos y católicos.
Los altares pueden tener diferentes niveles (por lo general 2, 3 o 7), representando distintos planos espirituales. Pero sin importar el tamaño o la forma, los elementos más comunes y simbólicos de sus ofrendas son:
– Una fotografía del difunto que se coloca en el nivel más alto o al centro del altar y representa a la persona a quien se dedica la ofrenda.
– Las veladoras representan la luz que guía a las almas en su regreso al mundo de los vivos. Se colocan en forma de cruz (cuatro puntos cardinales) o distribuidas por el altar. También simbolizan el fuego, uno de los 4 elementos.
– Las flores de cempasúchil,de color amarillo o anaranjado, se colocan en caminos o coronas para que su aroma y color guíen a las almas al altar.
– El papel picado simboliza el viento y la fragilidad de la vida. Son de diferentes colores que tienen diversos significados: el morado, el duelo cristiano; el naranja, el luto indígena; el blanco, la pureza; el rosa, la celebración; el negro, la muerte.
– El pan de muerto representa la ofrenda y el ciclo de la vida y la muerte, con su forma circular evocando el ciclo eterno y las tiras simbolizando los huesos del difunto.
– La comida y bebida favoritas del difunto son un gesto de amor. El agua representa la pureza y alivia la sed del alma tras su largo viaje.
– La sal es un elemento de purificación que evita que el alma se corrompa en su tránsito entre mundos.
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– El incienso o copal purifica el ambiente, aleja los malos espíritus y conecta el mundo físico y el espiritual.
– Las calaveritas de azúcar o chocolate, con los nombres de los difuntos y de los vivos, representan la muerte de forma jocosa y son un recordatorio de que todos somos mortales.
– Objetos personales como prendas, libros, juguetes, etc. sirven para que el alma se sienta bienvenida.
– Figuras religiosas como una cruz o la Virgen de Guadalupe reflejan la mezcla entre cosmovisión indígena y cristiana.
Todos estos objetos representan los cuatro elementos: el fuego (veladoras); el agua (recipientes con agua); la tierra (alimentos, pan, frutas); y el aire (papel picado).
Un altar de muertos es más que una decoración: es una forma de honrar, recordar y convivir simbólicamente con los seres queridos fallecidos. Cada objeto tiene un significado profundo y juntos crean un espacio donde la vida y la muerte se encuentran por un instante.
Celebraciones tradicionales
Si bien el Día de Muertos se celebra prácticamente en todo México, destacan de manera particular las festividades tradicionales que tienen lugar en estados como Michoacán y Oaxaca.
En Michoacán, se llevan a cabo en la región del Lago de Pátzcuaro, especialmente en comunidades purépechas. La fecha más importante es la “Noche de Ánimas” (1 de noviembre), en la que las familias acuden al panteón y velan a sus difuntos toda la noche. Se colocan altares sobre las tumbas, adornadas con velas, cempasúchil, comida típica, pan, bebidas y fotos del difunto. Los cementerios se iluminan con miles de veladoras, creando una atmósfera mística y espiritual. En Janitzio, una de las festividades más icónicas, se hacen procesiones por el Lago de Pátzcuaro en canoas decoradas, con personas portando velas. También se colocan ofrendas dentro de los hogares, con elementos tradicionales y la comida favorita del difunto. Se canta pirekuas (género musical del pueblo purépecha) en los cementerios y se acompaña con guitarras y violines. Toda la celebración está impregnada de la cosmovisión indígena purépecha, que cree que las almas regresan esa noche a visitar a sus seres queridos
En Oaxaca, los altares son muy ricos visualmente, de gran colorido, decorados con flores, pan de muerto, calaveritas, fruta, mezcal, y platillos tradicionales oaxaqueños como mole y tamales, chocolate y dulces típicos. Asimismo, se elaboran tapetes de arena o aserrín con figuras religiosas o de la muerte. Las familias acuden al cementerio llevando música (marimbas, guitarras, bandas) y
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conviven junto a las tumbas compartiendo alimentos y bebidas. En algunos pueblos oaxaqueños se hace la “muerteada”, un desfile nocturno con personas disfrazadas de calaveras o diablos. Es una festividad alegre con música, y baile, una mezcla entre ritual y carnaval. En la cultura zapoteca y mixteca se otorga enorme importancia a la festividad considerando como un gran honor preparar los altares y recibir a los muertos.
Celebración contemporánea En contraste con estas celebraciones, en los últimos años han surgido y evolucionado diversas manifestaciones, especialmente en la Ciudad de México, que son una mezcla de tradición ancestral, arte moderno y expresión masiva. Aunque mantienen elementos fundamentales de la cosmovisión mexicana sobre la muerte, también han incorporado componentes turísticos, escénicos y culturales con gran proyección internacional. Entre estas nuevas manifestaciones destaca el Gran Desfile de Muertos organizado por el gobierno capitalino desde 2016 tras la película Spectre de James Bond. En él participan carros alegóricos, catrinas, alebrijes, músicos, danzantes y artistas urbanos. Se trata de un evento masivo, con un enfoque turístico y espectacular, sin dejar de lado referencias culturales, que ha ido cobrando enorme popularidad entre sus miles de asistentes tanto nacionales como internacionales. Recorre el Paseo de la Reforma y culmina en el Zócalo, donde se instalan ofrendas monumentales que integran elementos tradicionales: flores de cempasúchil, veladoras, papel picado, pan de muerto, retratos de difuntos, pero también pueden tener temáticas artísticas, históricas o sociales.
Reconocimiento Internacional
La festividad del Día de Muertos adquirió mayor proyección internacional al ser declarada como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008. Fue descrita como “una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país».
Con dicha declaratoria, la UNESCO reconoció al Día de Muertos como un ritual indígena profundamente simbólico, que honra la memoria de los fallecidos con una mezcla de espiritualidad, arte, comunidad y amor familiar, considerándolo un tesoro cultural vivo del mundo; que reafirma la identidad cultural de los pueblos indígenas y mestizos de México; que al ser una tradición transmitida de generación en generación promueve valores de respeto hacia los antepasados y fortalece los lazos familiares y comunitarios contribuyendo a la cohesión social y al respeto por la diversidad cultural.
Ofrendas en mi carrera diplomática
En mi trayectoria diplomática, procuré promover esta emblemática tradición popular. Ya fuera apoyando las iniciativas de instituciones culturales locales y de
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asociaciones mexicanas, o montando nuestros propios altares y ofrendas en las embajadas que tuve el privilegio de presidir. Siempre buscando una conexión con el país de adscripción o con su relación bilateral con México y, en algunos casos, incluso una vinculación personal familiar.
Entre las ofrendas que tuve el privilegio de presentar en Suecia, Alemania, Suiza y Noruega, destacan las siguientes como las más memorables:
En Suecia, fue dedicada a mi padre, quien también había sido Embajador de México en ese país escandinavo y era recordado con respeto y aprecio por las personas que lo conocieron en Estocolmo, algunas presentes en la ceremonia.
La Ofrenda en Berlín la dedicamos a la icónica artista mexicana Frida Kahlo, con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento, y quien, al igual que en otros países del mundo, en Alemania goza de enorme admiración y popularidad.
En Suiza, montamos varios altares en memoria de personalidades con una relación especial con el país helvético. Entre ellas:
– Trudy Blom, activista ecológica suiza, nacida en Berna, quien dedicó su vida a la preservación de la Selva Lacandona de Chiapas y su población indígena, descendiente de los mayas;
– Gilberto Bosques, conocido como el “Schindler mexicano”, gracias a cuya labor humanitaria salvaron la vida miles de perseguidos del franquismo y del nazismo; con la connotación especial que entre los asistentes a la ceremonia estuvieron presentes miembros de su familia suizo-mexicana, entre ellos su nieto, HanspeterMock Bosques, un brillante diplomático, quien ha fungido como embajador de Suiza en España, Argentina y actualmente en Brasil;
– Doña Amalia Caballero de Castillo Ledón, ilustre feminista, quien fue la primera mujer en ser nombrada embajadora en la historia diplomática de México y encabezó la representación mexicana en Berna con motivo de su elevación al rango de embajada; y
– Octavio Paz, escritor y poeta, Premio Nobel de Literatura, quien, en su paso por el Servicio Exterior Mexicano, como joven diplomático estuvo acreditado en Suiza, tanto en Berna como en Ginebra.
Finalmente, en Noruega, la dedicamos en honor de Alfonso García Robles, prominente diplomático mexicano, quien recibió el Premio Nobel de la Paz, precisamente en Oslo, por su firme compromiso con el desarme nuclear.
Conclusión
Al preservar y promover nuestra ancestral tradición del Día de Muertos, adecuando su celebración a las exigencias del mundo contemporáneo, pero sin
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sacrificar su esencia, los mexicanos refrendamos nuestro orgullo por nuestro milenario legado histórico, nuestro rico patrimonio y nuestra diversidad cultural.
Ciudad de México, octubre de 2025.
*Embajador Eminente de México / ex Director General de Protocolo / Académico de Número de la AICP.



